viernes, 22 de agosto de 2008

Au revoir

Si están leyendo esto es porque deben actualizar sus rss o dejar de entrar a este sitio y seguir yendo a www.lalibreta.com.ar...

Después de muchas idas y vueltas sobre este tema, y un montón de consideraciones culpa de las complicaciones implicadas, decidí mudarme a Wordpress en un host privado y con un montón de novedades.

  1. Para los que leen a través del RSS, la dirección de los feeds es www.lalibreta.com.ar/feeds.
  2. Ahora todos los que no sean usuarios de comunidades de bloggers pueden registrarse en La Libreta con el link que encuentran abajo de todo a la derecha que les dice "Register". Ese usuario que crean ahí es válido únicamente para este sitio y no para ningún otro blog publicado en WordPress.
  3. Ahora tengo una base de datos propia para los posts y los comentarios, por lo que nunca más deberían tener problemas al tratar de ingresar al blog ni leer o escribir comentarios.

Con el correr del tiempo voy a ir traduciendo las imágenes para que el blog quedé cómodo para los hispano parlantes y a pulir alguna otra cosa relacionada con el estilo y las opciones de la barra lateral...

Y sí, después de dos años y medio de tener este blog, era hora de darle una vida nueva.

Saludos.

martes, 19 de agosto de 2008

La balanza de la vida

Esta es la adaptación de un borrador que armé a fines de mayo y terminé a principios de junio con la inspiración de una persona que en poco tiempo llegué a apreciar mucho. Tiene algunos cambios respecto de su original por cuestiones estilísticas. Gracias, L. A. por ayudarme (sin querer) a terminarlo.

No hace mucho que pasé por el portal de las dos décadas vividas y creo, por primera vez en años, que el 17 de mayo no fue un día más. Cumplir años es inevitable, como lo es la muerte misma; implica, se quiera o no, un envejecimiento biológico palpable, pero trae aparejadas todas aquellas cuestiones que no se aprecian hasta pasado el tiempo, cuando las circunstancias nos alcanzan y es necesario pesar nuestras acciones en la balanza de la vida, pasar en limpio todo aquello que tomamos y recordar con nostalgia lo que dejamos atrás. Evidentemente cumplir años ya no es para mí esa boludez que era hace algún tiempo… ¿me estaré volviendo viejo?

Volverse viejo… "Viejos son los trapos" hubiera dicho mi abuelo, porque claro, la vejez es aquella cuestión biológica que acabo de mencionar, un número en un calendario. ¿Pero qué representa ese número? Cuando nos preguntamos sobre nuestra vida, sobre aquello que somos, tenemos que remontarnos en el tiempo, recordar anécdotas, experiencias, personas, dilemas, viejas estructuras de pensamiento. "El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo" diría entonces el abuelo Sosa. Y he ahí donde nos encontramos con un problema: ¿existe alguna diferencia entre esa "vejez mala" que nos achaca culpa de la madre naturaleza y esta otra "vejez buena" que nos hace más sabios?

Me voy a animar a decir que hay una "vejez objetiva" y otra "vejez subjetiva". De la primera hablé al principio y se refiere a esa cuestión inevitable de la linealidad progresiva del tiempo y la vemos en los abriles que contamos, en las arrugas que exhibimos, las canas que comienzan a brillar bajo el sol; pero es algo más, es el marco espacio-temporal que sostiene a la "vejez subjetiva", porque haber respirado durante los 7.200 días que entran en 20 años no es una condición suficiente para decir que he crecido. Y he aquí el quid de la cuestión: crecer. Dicha porción subjetiva del envejecimiento es, justamente, aquello de lo que estamos hechos; es nuestro elemento constitutivo principal.

Adaptar los patrones de conducta, asumir responsabilidades, tomar las riendas de la propia vida y vivirla plenamente es, en definitiva, envejecer. Ese conjunto de experiencias del tipo ensayo-error que llevamos a cabo (voluntaria o involuntariamente) se transforma poco a poco en nuestro singular y personalizado manual para nuestra biografía. Se sintetiza en todo aquello que alguien alguna vez quiso llamar "sabiduría" para separar de los conocimientos formales y como para alimentar el ego de todos aquellos que en su cumpleaños, o en algún punto de su existencia, toman la balanza de la vida y pesan su vejez objetiva contra su vejez subjetiva para ver que cada latido de su corazón, cada inhalación de sus pulmones, cada parpadear de sus ojos fue aprovechado como si fuera el último.

lunes, 30 de junio de 2008

La paradoja del beso

Esos besos prohibidos eran mi droga, hacían que por mis venas corriera una mezcla de endorfina y adrenalina similar a la de una dosis de heroína cada vez que sentía sus labios apretados contra los míos. Muchas veces me pregunto si habrá sido real, si la habré soñado, si sólo fue una alucinación; pero la herida está ahí para recordarme que tan real era. Aunque no puedo evitar preguntarme ¿qué hay de cierto en ese dolor que ahora me invade? Insisto con que sólo fue una droga, ella actuaba sobre mí de esa forma tan particular que me hacía sonreír como un idiota mientras me clavaba un puñal en el pecho. No tengo derecho a quejarme, el auto-control se ejerce desde adentro y, la verdad, yo nunca quise controlarme.

Ni como volar hacia el ocaso, ni como un submarino amarillo; en lugar de un alucinógeno la describiría como un estimulante, con ese maravilloso y adictivo efecto energizante que llena el cerebro de pensamientos positivos, que dibuja una sonrisa enorme y permite disfrutar al máximo ese momento de éxtasis donde el mundo es perfecto y no existen ni el tiempo ni el espacio y sólo somos ella, yo y la nada.

Su lengua jugando con la mía bailando el malambo de la muerte, su mano derecha enredada en mi cabello pero como haciendo fuerza para que no me aleje, su rostro que se extiende hasta el infinito mientras mis dedos inquietos buscan recorrerlo por completo. Ahí, en ese momento en el que alcanzamos el cenit de ese beso perfecto, en donde la respiración se agita y los sentidos se descontrolan, justo ahí es cuando el filo del acero se hunde más profundo dentro de mí atravesando las fibras, los tejidos y las venas de un solo movimiento, casi sin esfuerzo.

Con una circulación casi perversa desgarrás, cortás y perforás mi interior, dejándome frío y sin vida. Pero, claro, el dolor no se hace presente porque todavía estás ahí, la droga sigue haciendo efecto cual anestesia que me impide tomar conciencia de la herida mortal por la que me desangro lentamente. Las señales eran claras, hasta me lo dijiste varias veces, pero yo me creía inmortal y estaba seguro de poder probar el dulce néctar de tu boca sin sufrir las consecuencias; que ingenuo.

Admito que me gustaría poder decir que caí en tu trampa, que me sedujiste con tu canto de sirena obligándome a abandonar mi navío y saltar a la profundidad del océano, pero se que no fue así. De hecho, me pregunto si no habrá sido la relación inversa y si no fui yo quien atrapó a la sirena en su red buscando transgredir esa prohibición que significan tus besos. De la forma que haya sido, no importa ahora.

Finalmente nuestras bocas se separan, tus manos se alejan de mi cuerpo, abro los ojos y me encuentro con los tuyos mirándome fijamente, con ese color negro tan sencillo y tan profundo que los caracteriza. El silencio retumba tanto en la habitación que me aturde y desespera, pero tu mirada me tiene tan cautivado que no puedo emitir sonido alguno. De repente una expresión de desolación y tragedia se dibuja en tu rostro, veo aparecer dos pequeñas arrugas en tu sien a medida que las cejas se curvan hacia abajo. Las primeras lágrimas comienzan a deslizarse por tus mejillas apenas rosadas, marcando un sendero que termina en la comisura de tus labios, que ahora están apretados como una ostra.

El efecto de la droga comienza a desaparecer y ya siento una puntada en el pecho a medida que tu boca se abre. Casi puedo escuchar el sonido del aire subiendo desde tus pulmones hacia tus cuerdas vocales y articulándose en esas palabras que disipan por completo el sedante que me dominaba. Es entonces cuando la realidad salta a la vista de la misma manera que la sangre emana a borbotones de mi llaga abierta.

Hasta hoy me preguntaba si habías sido real, si te habré soñado, o si fuiste una alucinación; pero la cicatriz está ahí, para recordarme que tan real fuiste.

viernes, 11 de abril de 2008

A un año de Fuentealba...


...los paros docentes siguen, la Ley de Educación no se replanteó como queríamos y encima nos quieren tocar la Ley de Educación Superior para cagarnos el cogobierno. Sé que dije que no iba a hacer más editorialización porque no me consideraba apto, pero hay cosas que no pueden dejarse pasar.
No dejemos que nos pisoteen, no bajemos los brazos, pongamos todo en tela de juicio, y tengamos memoria, que es lo que nos va a hacer grandes. Si olvidamos ganan los de siempre.

Hoy más que nunca sigo sosteniendo esto que dije hace 365 días

P.d.: En esa entrada dije "Siempre existiremos ilustrados" y quiero retirar lo dicho. No lo edito porque no me parece correcto modificar algo que pensaba en ese momento, pero hoy por hoy siento que estoy lejos de estar ilustrado y mi ignorancia supera ampliamente todas las cosas que le competen a un verdadero intelectual. Digamos, por ahora, que soy más un observador que un movilizador... Veremos que pasa en el futuro.

sábado, 5 de abril de 2008

Escape espiritual especulativo


Que injusto es qué sólo las aves posean la capacidad natural de volar. Nosotros, los mamíferos más especializados, los que hemos dominado la tierra, el fuego y el agua aún nos peleamos ferozmente con el viento. Claro, cualquiera puede viajar en avión o en helicóptero; incluso en un ala delta y sentir casi como si volara, pero es una falacia creada por el ego. No es lo mismo ir por el aire llevado por el viento que remontarse sin limitaciones.

Cómo me gustaría poder agitar las alas y elevarme libremente hacia el firmamento, sintiendo el viento en el rostro. Llegar a la altura de las nubes y allí quedarme, observando la ciudad como algo tan insignificante que no podría ser superado ni por todas las creaciones del hombre juntas.

Supongo que podría acostumbrarme a la sensación de volar, de vencer a la gravedad y huir de las complicaciones a ese abismo infinito en las alturas; rodearme de inmaculado celeste y bañarme en los rayos del sol. Jugar a las escondidas en el blanco de las nubes o hasta coquetearle a las cimas de las montañas. Sería imposible aburrirme de ver el amanecer y el ocaso, apreciando los detalles de los cambios de color a mí alrededor. ¡Y ni menciono cuanto me babearía por los paisajes que se deben apreciar desde allá arriba!

Si tan sólo tuviéramos esa capacidad… pero al menos me queda la imaginación, esa maravilla que me deja cerrar los ojos y sentir, por un segundo, que levanto vuelo y me alejo de esta silla, de esta casa, de esta ciudad… casi… casi, sólo un poco más alto. Sólo un poco.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Tribulaciones previas a situaciones estresantes

Caminaba por calle Corrientes contra la numeración, contra el viento y contra las oleadas de personas que vagaban por ahí. La Avenida era tan ruidosa cómo cualquier otra tarde-noche de sábado, con las familias que salen de las obras infantiles y los grupos de amigos que se agolpan en las puertas de los teatros antes de entrar a las primeras funciones. Las voces se pierden en el viento particularmente frío y el ruido de los motores de los autos y colectivos parece no molestar a los curiosos que hojean las páginas de amarillentas publicaciones que encuentran en las librerías de saldos. En la Avenida de los teatros, el sábado a las siete de la tarde, todos son felices. Todos menos uno.

Casi como un fantasma camino calle abajo en dirección a 9 de Julio. La cara pálida por el frío, los labios apenas rosados y los ojos entreabiertos con la mirada perdida me hacen pasar inadvertido entre los paseantes. Ignorando las risas, las voces que se alzan sobre los bocinazos y la esporádica música que se escapa de las disquerías, voy errante como un fantasma que ha quedado perdido en la tierra de los vivos.

En algún punto doblé en Maipú y seguí derecho hasta Humberto 1º. Inconscientemente llegue a su dirección y me encontré parado al pie de su edificio contemplando como si estuviera hipnotizado la fachada de la construcción, repasando en mi cabeza todas las cosas que tenía para decirle, estructurando mis pensamientos y sentimientos para evitar quedar como un estúpido al momento de abrir la boca.

Y ahí estoy, inerte, reflexivo, imaginando el devenir de los hechos y prediciendo un futuro caótico que desciende en espiral hacia el desastre. Siempre tuvo en mí ese efecto narcótico, casi alucinógeno, que me hace perder poco a poco la razón hasta el punto en que lo pasional me domina por completo y me vuelvo incapaz de actuar conforme a mis convicciones.

Cae la noche y las luces de la calle me iluminan como si estuviera parado en el centro de un escenario gris y sin público, mientras que la pequeña lámpara que alumbra el portero eléctrico me desafía y presiona para enfrentar este miedo patológico que me invade y me congela hasta los huesos.

Finalmente tomo coraje y doy un paso en dirección a la puerta, sudando a pesar de los dos o tres grados bajo cero de temperatura. Titubeando doy un paso más, tengo el portero frente a mí. Saco mi temblorosa mano derecha del abrigo del bolsillo de mi campera y presiono el botón del 3ro “C”. No se cuánto tiempo pasó hasta que escuché un sonido, pero en ese tiempo volvió a mi la tragicómica escena que caracterizaba el final de este drama. De repente mis pensamientos, mi pulso y mi respiración se congelaron, había escuchado una voz:

-“¿Si? ¿Quién es?”

-“Soy yo” dije, y vi como una blanca bocanada de vapor emana de mi boca al pronunciar estas palabras. “Tenemos que hablar” concluí.

Sin más escuché la chicharra de la puerta. Se presentaban ante mí dos opciones: confrontar la realidad o volver a huir… Dudé un poco, con el zumbido eléctrico penetrando en mis oídos. Entonces estiré mi brazo, tomé el picaporte con la mano, empujé la puerta y di un paso hacia adentro; pronto todo habría acabado.

sábado, 9 de febrero de 2008

Observaciones sobre el comportamiento humano en primeras socializaciones

Eran como una manada que, descarriada y aturdida, corría por el lugar. Los ojos desorbitados, la mente en blanco, el sudor brotándoles por los poros a pesar del viento frío que soplaba... A un kilómetro a la redonda podía escucharse el estruendo de esa suerte de malón que, desesperado, sigue un camino errante culpa de su desconocimiento absoluto de la realidad.

La inercia se apodera de la mayoría de ellos, quienes siguen a sus coetáneos ennvueltos en una histeria colectiva. Los rostros, pálidos de ansiedad y miedo, dan cuenta de su estado cuasi desesperanzado.

Agrupados en conjuntos más pequeños se puede ver como se repiten determinados paradigmas, casi como si fueran salidos todos de una línea de montaje; ellos mismos, siguiendo un patrón incierto, buscan la compañía de los que grosso modo les son afines. Dichos grupos tienen figuras que a primera vista aparentan un perfil de liderazgo, aunque un análisis un poco más minucioso dejará ver sus inseguridades, menos aparentes pero tan grandes como las del resto.

A pesar de todo esto y en contraposición al caos reinante, se percibe un aire de armonía que no se ve en otro lado. La condición de iguales, de presas de matadero que sienten todos los hace encontrar en sus pares un poco de seguridad, que se manifiesta en un ámbito de cordialidad mutua entre todos los asistentes.

De pronto llega la hora de la verdad. El descontrol y el pánico ganan el campo nuevamente y se ven otra vez corridas, lagrimas contenidas, caras de depresión o desesperación... Pasos apurados, escaleras, pasillos, portazos; todo junto entre paredes cansadas de ver todos los años lo mismo.

Asi pese a quien le pese, el primer examen universitario de la mayoría comienza y todos estos adolescentes desamparados dan su primer paso para lo que marcará el resto de sus jóvenes vidas.



Quería volver con algo un poco más literario, pero no pude evitar pintar un retrato que vi esta mañana. Espero que les guste. Gracias a todos los que estuvieron durante estos meses difíciles.