Esta es la adaptación de un borrador que armé a fines de mayo y terminé a principios de junio con la inspiración de una persona que en poco tiempo llegué a apreciar mucho. Tiene algunos cambios respecto de su original por cuestiones estilísticas. Gracias, L. A. por ayudarme (sin querer) a terminarlo.
No hace mucho que pasé por el portal de las dos décadas vividas y creo, por primera vez en años, que el 17 de mayo no fue un día más. Cumplir años es inevitable, como lo es la muerte misma; implica, se quiera o no, un envejecimiento biológico palpable, pero trae aparejadas todas aquellas cuestiones que no se aprecian hasta pasado el tiempo, cuando las circunstancias nos alcanzan y es necesario pesar nuestras acciones en la balanza de la vida, pasar en limpio todo aquello que tomamos y recordar con nostalgia lo que dejamos atrás. Evidentemente cumplir años ya no es para mí esa boludez que era hace algún tiempo… ¿me estaré volviendo viejo?
Volverse viejo… "Viejos son los trapos" hubiera dicho mi abuelo, porque claro, la vejez es aquella cuestión biológica que acabo de mencionar, un número en un calendario. ¿Pero qué representa ese número? Cuando nos preguntamos sobre nuestra vida, sobre aquello que somos, tenemos que remontarnos en el tiempo, recordar anécdotas, experiencias, personas, dilemas, viejas estructuras de pensamiento. "El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo" diría entonces el abuelo Sosa. Y he ahí donde nos encontramos con un problema: ¿existe alguna diferencia entre esa "vejez mala" que nos achaca culpa de la madre naturaleza y esta otra "vejez buena" que nos hace más sabios?
Me voy a animar a decir que hay una "vejez objetiva" y otra "vejez subjetiva". De la primera hablé al principio y se refiere a esa cuestión inevitable de la linealidad progresiva del tiempo y la vemos en los abriles que contamos, en las arrugas que exhibimos, las canas que comienzan a brillar bajo el sol; pero es algo más, es el marco espacio-temporal que sostiene a la "vejez subjetiva", porque haber respirado durante los 7.200 días que entran en 20 años no es una condición suficiente para decir que he crecido. Y he aquí el quid de la cuestión: crecer. Dicha porción subjetiva del envejecimiento es, justamente, aquello de lo que estamos hechos; es nuestro elemento constitutivo principal.
Adaptar los patrones de conducta, asumir responsabilidades, tomar las riendas de la propia vida y vivirla plenamente es, en definitiva, envejecer. Ese conjunto de experiencias del tipo ensayo-error que llevamos a cabo (voluntaria o involuntariamente) se transforma poco a poco en nuestro singular y personalizado manual para nuestra biografía. Se sintetiza en todo aquello que alguien alguna vez quiso llamar "sabiduría" para separar de los conocimientos formales y como para alimentar el ego de todos aquellos que en su cumpleaños, o en algún punto de su existencia, toman la balanza de la vida y pesan su vejez objetiva contra su vejez subjetiva para ver que cada latido de su corazón, cada inhalación de sus pulmones, cada parpadear de sus ojos fue aprovechado como si fuera el último.