viernes, 23 de junio de 2006

A la memoria de un grande.

El 14 se cumplieron dos años de la muerte de mi abuelo materno y quería escribir estas líneas en su memoria.
¿Qué puedo decir de Antonio? Es irónico, pero tengo tantos recuerdos de él que no se por donde empezar a escribir. Debería empezar diciendo que fue como un padre para mí, que estuvo conmigo para aconsejarme desde lo racional, con sus matemáticos análisis de la vida cotidiana. También puedo decir lo mucho que aprendí de él, que me inculcó un enorme aprecio por las bellezas de la naturaleza, las cuales plasmé en fotos que no pudo ver. Y más allá del parecido físico, heredé del viejo un gusto por la música Jazz, el Stomp, el Blues y el Soul.
Y pienso en su colección de libros que descansa en mi dormitorio en Paraná y no puedo evitar acordarme de su expresión cada vez que compraba un libro y ni bien lo terminaba me hablaba para que yo lo leyera. De lo mucho que quería a sus amigos, que lo fueron dejando de a poco con el pasar de los años, y de su esposa que siempre me trató como un nieto propio y que lo quiso sin importarle sus locuras y su carácter (los cuales también heredé).
A medida que despierto estas viejas y polvorientas imágenes van apareciendo otras, sus típicos chistes, sus morisquetas y la nostalgia que le agarraba cuando recordaba a su hermano y su infancia juntos.
Me resulta difícil sintetizar este texto para darle un cierre, porque nunca pude decirle cuanta influencia el tuvo en mí y no querría usar este espacio para eso, por eso voy a dejar esta entrada así, como si fuera un cuento borgiano (con quien, dicho sea de paso, comparten fecha de defunción) donde el lector imagina el final, aunque este esté escrito.

A la memoria de Antonio Enrique Sosa. 22 – X – 1920 –– 14 – VI – 2004.