sábado, 5 de abril de 2008

Escape espiritual especulativo


Que injusto es qué sólo las aves posean la capacidad natural de volar. Nosotros, los mamíferos más especializados, los que hemos dominado la tierra, el fuego y el agua aún nos peleamos ferozmente con el viento. Claro, cualquiera puede viajar en avión o en helicóptero; incluso en un ala delta y sentir casi como si volara, pero es una falacia creada por el ego. No es lo mismo ir por el aire llevado por el viento que remontarse sin limitaciones.

Cómo me gustaría poder agitar las alas y elevarme libremente hacia el firmamento, sintiendo el viento en el rostro. Llegar a la altura de las nubes y allí quedarme, observando la ciudad como algo tan insignificante que no podría ser superado ni por todas las creaciones del hombre juntas.

Supongo que podría acostumbrarme a la sensación de volar, de vencer a la gravedad y huir de las complicaciones a ese abismo infinito en las alturas; rodearme de inmaculado celeste y bañarme en los rayos del sol. Jugar a las escondidas en el blanco de las nubes o hasta coquetearle a las cimas de las montañas. Sería imposible aburrirme de ver el amanecer y el ocaso, apreciando los detalles de los cambios de color a mí alrededor. ¡Y ni menciono cuanto me babearía por los paisajes que se deben apreciar desde allá arriba!

Si tan sólo tuviéramos esa capacidad… pero al menos me queda la imaginación, esa maravilla que me deja cerrar los ojos y sentir, por un segundo, que levanto vuelo y me alejo de esta silla, de esta casa, de esta ciudad… casi… casi, sólo un poco más alto. Sólo un poco.